Un monigote bajo la luna

Cien razones para amarte VIII

Esta es la octava entrega de la serie de artículos CIEN RAZONES PARA AMARTE sobre Alcalá de Henares con que nos deleita nuestro colaborador Antonio Lera sobre las cien razones que le han llevado a amar esta ciudad.

Hace algunos años, ya siendo vecino de Alcalá, observando como un compañero anotaba en un cuaderno alguna información referente al trabajo, no pude evitar fijarmeen que estaba cometiendo una falta de ortografía bastante fragante:

  • Lo has escrito mal, vacaciones se escribe con “v”, no con “b”.
  • Ya, seguro, ¿lo sabré yo mejor que tú, que soy de Alcalá como Cervantes?

Ante esa respuesta cargada de lógica chovinista me encontré totalmente
desarmado y con la total certeza de que ni con diccionario en mano sería capaz de hacerle reconocer su error. Y es que para los alcalaínos no hay figura de su Historia a la que se sientan más unidos que a Don Miguel de Cervantes. Ni Cisneros, ni Azaña ni ningún otro. Y eso que Cervantes lo único que tuvo a bien hacer por Alcalá de Henares es nacer aquí y pasar los primeros años de su infancia. Bueno, y publicar su primera obra en la imprenta de Gaspar de Robles: La Galatea.

Porque ya nadie pone en duda, o no debería, que Cervantes nació en esta villa Complutense (1). Sobradas pruebas hay de ello, a pesar de ser un honor que muchos otros lugares han tratado de atribuirse. Pero no, es de Alcalá, y un consejo, nunca le digáis a un alcalaíno que no es cierto. En serio, no seáis locos, no os juguéis la vida.

Y es que sólo hay que darse una vuelta por el casco histórico de la ciudad para sentir la presencia del “Príncipe de los Ingenios”, para notar que sigue vivo en cada rincón y en el espíritu de todos los que, hayan nacido aquí o no, aman Alcalá de Henares. Y no porque los bares y restaurantes, locales comerciales, plazas, calles e incluso premios literarios lleven su nombre o el de sus personajes. Al menos no únicamente. Es porque, si agudizas los sentidos, sobre todo en esas horas previas al amanecer en que las calles están casi desiertas y en silencio, y si prestas atención y en tu interior se esconde, aunque sea muy sutilmente, el alma de un poeta aventurero y
soñador, escucharás claramente el sonido de los cascos de un noble rocín sobre el empedrado, y a su lado, los de un humilde asno que nunca tuvo nombre. Y sobre ellos, ilustres jinetes, buscando gloria y aventuras, “desfacer entuertos”, rescatar princesas y conquistar ínsulas, un famoso caballero de nombre Don Quijote le irá contando a su fiel escudero Sancho Panza que “la libertad Sancho, es uno de los más preciados dones que
a los hombres dieron los cielos…
”(2)

Porque de eso es de lo que va realmente el Quijote. De la libertad. No de las
desgracias y burlas que sufre un viejo hidalgo que ha perdido la cabeza leyendo libros de caballería. Eso es sólo la escusa. Por supuesto una maravillosa escusa, de la que se sirvió Cervantes, usando su genialidad y su fina ironía, para decirle al mundo, al de entonces, al de ahora y al que está por venir, que hay que vivir, y soñar, y correr aventuras por muy locas que sean y muchas costillas y dientes rotos que nos cuesten. Y lo hizo inventando la novela moderna, creando la obra más influyente de la Historia de la Literatura.

Y predicando con el ejemplo. Porque a pesar de no ser un pendenciero como Quevedo, o un mujeriego como Lope, su vida fue toda una aventura digna de ser novelada como él hizo con el caballero de la triste figura. Soldado, poeta, cautivo en Argel, recaudador de impuestos e incluso espía al servicio de Felipe II. Todo ello antes de convertirse en un escritor de renombre, cosa que en realidad no ocurrió hasta que bien hubo pasado los 50 años. Participó en la batalla de Lepanto, “la más memorable y alta ocasión que vieron los siglos, ni esperan ver los venideros” (3) , donde una herida le convertiría en el manco más ilustre de la Historia. A su regreso a España su barco fue asaltado por corsarios berberiscos y fue hecho preso y llevado a Argel, donde permanecería cautivo durante 5 años. Allí los turcos le llamaban “¡shaibedraa!”, o lo que es lo mismo, “¡eh tú, manco!” (4) , y él, como era lo que ahora denominaríamos un cachondo, se lo puso de segundo apellido. En cuatro ocasiones intentó fugarse de Argel, como si de un Steve McQeen renacentista se tratase, hasta que al final fue rescatado.
Después de una temporada como recaudador de impuestos y algunos incidentes que le llevaron en 2 ocasiones a dar con sus huesos en la cárcel, se atrevió a dedicarse por completo a su verdadera pasión: escribir. El resto es Historia.

En Alcalá, para honrar su memoria, entre otras muchas cosas, hay una plaza que lleva su nombre. Y en el centro de esta plaza, vigilando y velando por todos los que pasamos por ella, se encuentra una estatua de su inmortal figura. Podría parecer una falta de respeto, pero todos los alcalaínos, de nacimiento o de adopción, llamamos a esta estatua “el monigote”. En realidad es una muestra más del cariño y la familiaridad con el que sólo se tratan los que se sienten paisanos, vecinos, casi familia. A sus pies, el punto de encuentro. Es ahí donde siempre quedo con mis amigos. Porque sé, que si tengo que esperar, me basta con mirar hacia arriba para no sentirme solo.


1 José Miguel Cabañas. Breve Historia de Cervantes
2 Miguel de Cervantes. El Ingenioso Caballero Don Quijote de la Mancha. Segunda parte. Cap. LVIII
3 Miguel de Cervantes. Novelas Ejemplares. Prólogo
4 Luce López Baraalt. El tal de Shaibedraa

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