Bajo la sombra centenaria de los pinos

Cien razones para amarte XLIV

Esta es la cuarenta y cuatro entrega de la serie de artículos CIEN RAZONES PARA AMARTE sobre Alcalá de Henares con que nos deleita nuestro colaborador Antonio Lera sobre las cien razones que le han llevado a amar esta ciudad. Las fotografías que acompañan esta entrega son obra de la mirada desde el objetivo de su cámara de Carolina Delgado

Para la yaya Nieves y para Isabel, gracias por leerme y por inspirarme. Esta razón es vuestra, los pinos y los álamos del parque O´Donnell se alimentan del rocío de vuestros recuerdos y enverdecen al calor de vuestras sonrisas.

No tengo muchos recuerdos de mi infancia. No estoy seguro si es porque mi memoria los ha enterrado intencionadamente en el pozo del olvido o porque la edad y los excesos están empezando a cobrarse las facturas que el inexorable paso del tiempo tarde o temprano recauda a base de barrigas panzudas, dolores articulares, caídas de pelo y olvidos cada vez menos ocasionales de historias del pasado y detalles del presente. Tampoco podría decir cual de los dos motivos prefiero que sea el culpable, aunque quizá me dolería un poquito más el primero porque seguramente sería el síntoma de una infancia no demasiado feliz. En cualquier caso, de esos pocos recuerdos que perduran de mis años de zagal una gran parte están asociados al parque que floreció junto al nuevo barrio al que nos mudamos cuando tan sólo era un niño de seis años, bautizado, Coslada siempre ha tenido alma obrera y corazón rojo, con el nombre del usurpado presidente chileno Salvador Allende.

En aquel nuevo hogar de mi niñez vi nacer el parque al amparo de la expansión hacia el extrarradio de una ciudad dormitorio que se propagaba a base de cemento y hormigón en forma de oscuro asfalto y que vomitaba fríos edificios de once plantas que daban cobijo a los frutos del “baby boom” de los 70, a madres frustradas por el de profesión “sus labores” y a hombres que apenas llegaban a casa con el tiempo suficiente para dar un beso de buenas noches a sus hijos, cenar en silencio frente a la tele y dormir unas horas antes de volver al trabajo al día siguiente. Había que pagar los excesos de una hipoteca a interés variable, el coche nuevo fabricado en Alemania y las vacaciones familiares en Benidorm o Torremolinos.

En las explanadas del Salvador Allende jugué al fútbol con mis amigos, bajo la fría lluvia invernal y bajo el ardiente sol de agosto. Salté, escalé y trepé en aquellos columpios de madera con sus astillas y clavos de los que aun tengo rastros tangibles en mis pantorrillas en forma de cicatriz y trauma freudiano a causa de unos puntos que por aquellos años más que con hilo se daban con soga y de una antitetánica que no te pinchaban, te clavaban por no decir apuñalaban. Profané las bocas de riego con pequeños palos de madera para que el agua manara y me diera la oportunidad de fabricar presas y manchar el único pantalón que tenía limpio para ir al colegio al día siguiente. Besé por primera vez a una chica, manoseé unos muslos suaves como la seda, y acaricié unos pechos dulces como la miel. Disfruté de cine de verano, teatro de aficionados y conciertos de orquestas municipales y músicos por aquel entonces desconocidos que respondían al nombre de Javier Krahe y Joaquín Sabina. Fui niño, fui joven, fui feliz.

parque zona infantl
Fotografía realizada por Carolina Delgado

Los parques de Alcalá, ya adulto y emigrante de proximidad, los he disfrutado de una manera muy distinta. Buscando bancos a la sombra en las tardes estivales y el sol solecito caliéntame un poquito en los días de invierno que la lluvia daba tregua y permitía sacar a la chiquillada a desfogarse en los columpios. Niñero ocasional cuando la libranza laboral lo permitía, la Plaza de la Juventud o el parque Salvador de Madariaga eran testigos de animadas charlas, eufemismo de hacerle un traje a los ausentes, daba miedo no estar, de cuidadores y centinelas que entre crujidos de cáscaras de pipas y miradas vigilantes supervisaban el a ver que te estás llevando a la boca, cuidado que te vas a caer y no os peleéis por quien va primero que tenéis tiempo de sobra para tiraros mil veces por el tobogán. ¡Como te estás poniendo Iratxe, cuando lleguemos a casa directa a la bañera! Una zona de columpios de la Plaza de la Juventud que un fin de semana tras otro aparecía, y supongo que seguirá apareciendo, inundada por los restos del botellón nocturno, y cuya barcaza, herramienta de desfogue de jóvenes litroneros, y su ruidoso estruendo no ayudaban precisamente a combatir el insomnio propio de las tórridas noches veraniegas. Un parque Salvador de Madariaga amurallado y abocado a ese lento deterioro que ocasionan el olvido y el abandono y que sólo a base de la lucha e insistencia del AMPA de un colegio llamado Cervantes, en el que todos éramos familia, se consiguió que dejase de ser un problema para convertirse en un beneficio para el barrio. Esos fueron mis parques, porque lo fueron de la infancia de mi hija. No hay mejor motivo

Fotografía realizada por Carolina Delgado

Pero si hay un parque en Alcalá de Henares que forme parte de la Historia, del urbanismo y del alma de esta ciudad ese es el parque O´Donnell. Un general que desde aquí partió a una Revolución que acabó en Vicalvarada y en sillón en el despacho principal del Ministerio de Guerra le puso el nombre, por orden del señor alcalde claro, que el general por aquel año 1898 ya andaba un poco muerto. Y se plantaron pinos y álamos, algunos ya centenarios que todavía dan sombra a los paseantes y hogar a los pajarillos, y se pusieron bancos para solaz y descanso de los fatigados caminantes. Tuvo estanque con balaustrada, patos y pececillos de colores, aunque de esa balaustrada original apenas quedan huellas, los patos emigraron o acabaron aderezados a la naranja, y de los peces de colores ya sólo sobreviven entre aguas turbias y borrosas esas carpas anaranjadas mutantes que sin duda serán la única especie que sobreviva a un futuro holocausto nuclear. En el parque O´Donnell se abrió la primera piscina municipal de Alcalá, y durante muchos años, hasta 1980, cuando esto ya era tan grande que aquello se quedó pequeño, las ferias de agosto se celebraron allí.

Fotografía realizada por Carolina Delgado

Me cuentan mis amigos más o menos coetáneos de infancia y adolescencia complutense que su niñez y juventud está embriagada por el aroma de los pinos y las flores del parque
O´Donnell. Que allí fue la primera vez que recibieron un escobazo en el tren de la bruja, que degustaron el sabor rosa del algodón de azúcar o que subieron a la noria cogidos de la mano de un chico o una chica. Aprendieron a nadar y a mirar de reojo cuerpos cuya desnudez únicamente estaba camuflada por diminutos bañadores o bikinis. Pasearon buscando la penumbra de una farola rota con sus primeros amores y probaron el dulzor de unos labios húmedos. Y es por ello por lo que les dedico esta razón para amar Alcalá de Henares, porque el parque O´Donnell fue su parque Salvador Allende, porque el parque Salvador Allende fue mi parque O´Donnell. Pero sobre todo porque da igual donde y cuando los hayas vivido, hay recuerdos que se guardan en el corazón y que casi todos compartimos. Ojalá la mayoría de los vuestros sean hermosos.

Mejor no quiero verte;
porque me va a hacer daño
pasar por aquel parque
de la primera cita.”

José Ángel Buesa
Fotografía realizada por Carolina Delgado


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