Conciertos ochenteros, princesas prometidas e impresoras de inyección de tinta.

Cien razones para amarte XXIX

Esta es la vigésima novena entrega de la serie de artículos CIEN RAZONES PARA AMARTE sobre Alcalá de Henares con que nos deleita nuestro colaborador Antonio Lera sobre las cien razones que le han llevado a amar esta ciudad.

Nostalgia. Sirena estafadora, fullera y embustera que embaucas los sentidos y engañas al alma, seduces la memoria y trastocas los recuerdos, esclavizas el presente y lo sometes a manos de un poético pasado casi siempre idealizado. Pero es tan dulce tu sabor, tan embriagador tu aroma, tan seductoras las palabras que susurras al oído que es imposible escapar de la cautivadora adicción que produce dejarse atrapar por tu cálido y suave abrazo maternal. Poséeme Nostalgia, no me resistiré, dejaré que tu mirada me hipnotice y que tus besos me enloquezcan.

¿Y a qué viene todo esto? Pues a que hace poco más de un mes haciendo las funciones de enviado especial de lacallemayor.net asistí a la inauguración de una exposición en la que, sobre todo si perteneces a esa generación a la que se ha dado en denominar X, sólo por asomarte a la entrada la nostalgia te suelta una bofetada que te deja atontado ya no durante la escasa hora que se tarda en visionar minuciosamente la muestra, sino durante los siguientes días dependiendo de si eres más o menos sensiblero y soñador. Y si encima tiene lugar en la Capilla de San Ildefonso de la Universidad de Alcalá, un emplazamiento de gran belleza en el que hace ya la friolera de 21 años y medio tomé la sabia decisión, anillo y sacramento mediante, de hacer mi vida más fácil a costa de complicársela (ella sabrá, lo hizo voluntariamente) a la que a día de hoy sigue siendo mi parienta, pues casi babeando por las vitrinas. Una exposición titulada “La cultura audiovisual en los años 80. Referentes de la Generación X en España”, que con un enunciado tan rotundo y explícito queda bastante claro de que va la cosa. Cine, música, televisión, informática, videojuegos, hombreras, pelo cardado y sobre todo muchas ganas de divertirse.

Aquellos míticos años ochenta, una década llena de iconos en la que, es verdad que ya en sus últimos coletazos, entré por primera vez y de manera definitiva en contacto con Alcalá de Henares. Porque si bien es cierto que Alcalá tiene un pasado grandioso delatado por sus calles, sus edificios, sus monumentos y su Historia, del que me he hecho y seguiré haciéndome eco en muchas ocasiones, lo de hoy va de nuestro pasado en común, de una vida que se me va llenando poco a poco de momentos, de vivencias, de recuerdos, de pequeños detalles que no se olvidan por muy pequeños que sean porque son los que realmente hacen que la existencia merezca la pena.

Porque volver a ver en pantalla grande en los cines Cuadernillos 25 o 30 años después de su estreno “La princesa Prometida” o “Los Goonies” con tu hija sentada en la butaca de al lado es, perdonadme la expresión, la hostia. Pocas ocasiones hay más propicias para ejercer ese proselitismo cultural del que tanto abusamos los padres que oyendo a Iñigo Montoya decirle a un malo con seis dedos que se prepare a morir, a pesar de que, seamos sinceros, por mucho que de chavales llenáramos las salas sábado sí y domingo también para ver una doble sesión de estreno, difícilmente podríamos incluir alguna película de aquellos años entre las 50 mejores de la historia. Ni tan siquiera entre las 100. Muchas lo tendrían complicado para pasar con dignidad el cruel juicio del paso de los años. Un consejo, si tenéis un buen recuerdo de ellas ni se os ocurra volver a ver “Cocodrilo Dundee” o “Los inmortales”, por poner algún ejemplo de los muchos que podría nombrar.

“Cuando la música te alcanza no sientes dolor”. Bob Marley tenía razón, aunque es bastante probable que cuando soltó esta frase estuviera, perogrullada, un poco fumado. Pero todos los sentimientos tienen su armonía, todas las pasiones su melodía, y todos los amores su canción. Un día sin oír música es un día perdido. Y una vida sin haberla escuchado nunca en directo es una vida vacía. Porque no hay nada que pueda apasionar, exaltar y encender más el corazón, el cerebro, el cuerpo y la entrepierna que un buen concierto. Y para eso aquí en España nunca mejor que en los años ochenta, los del pasado siglo, claro está. En cualquier garito te encontrabas un escenario donde con mayor o menor fortuna un grupo de amigos en busca de fama, dinero, ligues y copas gratis daban rienda suelta a su efusividad armónica. Quinta Esencia, mi propia breve experiencia con Miguel, Rubén, Paco e Ismael, de fama y dinero nada de nada. De lo otro tampoco demasiado. Fue la época de las grandes bandas españolas: pop, rock, heavy, punk, todo valía, lo bueno y lo malo. Porque no nos engañemos, algunas hoy en día apenas soportarían la comparación con el “Chiquilicuatre”. Pero como he disfrutado, avergonzando con mis saltos y alaridos a mi hija y sus amigas, cuando en las ferias de Alcalá o en el Green Irish Pub La Frontera, La Unión, Seguridad Social, La Guardia, Hombres G, Paco Costas (Siniestro Total) y algún otro que seguro se me olvida y que de joven no habría escuchado ni por casualidad han llenado de vatios y decibelios el aire de la ciudad y de vigor y ganas de cantar mis pulmones y los de otros cientos de carrocillas en busca de un viaje, metafórico por supuesto, aunque fuera sólo de hora y media, 30 años al pasado.

De videojuegos ni voy a hablar, nunca me han gustado y nunca he jugado…hasta ahora. Aunque a lo que yo hago cuando a mi hija le da por enchufar la Wii y retarme al Just Dance o al Mario Cars no se le puede llamar jugar. Ni siquiera se le puede llamar intentarlo. De lo que si tengo un recuerdo que fluctúa entre lo romántico, lo inverosímil y lo patético es de los ordenadores de aquellos años, de la sala de informática de mi Facultad (no todos podíamos permitirnos por entonces tener un PC en casa), de las ruidosas y lentas impresoras, tardabas más en imprimir un trabajo que en hacerlo, y del MS2. No, no estoy hablando del servicio nacional de espionaje de Malasia. Aunque muchos no lo creáis Windows no siempre ha estado ahí. Antes no bastaba con abrir ventanas o hacer click con el ratón. Había que poner comandos, y había unos cuantos. Tantos que el dolor de cabeza con el que salíamos, allá por 1990, de un curso en la Facultad de Económicas subvencionado por la Unión Europea sólo se nos pasaba a base de cerveza y tapa en el cercano, mítico y ya desaparecido Escudo.

Hoy, con el paso de los años y con la madurez que el trascurrir del tiempo regala a la cabeza y, por desgracia, impone al cuerpo, si me paro a pensarlo fríamente no puedo asegurar que aquellos años fueran tan “maravillosos” como mi memoria trata de recordar. De lo que si estoy seguro es de que fue mucho mejor haber pasado parte de ellos en Alcalá antes que en ningún otro lugar. Y que en esta ciudad siempre va a haber una exposición, un concierto o un bar de copas que consiga que los maduritos ochenteros saquemos del armario nuestras viejas chupas de cuero y nuestros vaqueros de pitillo para que, por muy ajustados que nos queden, volvamos a sentirnos jóvenes y rebeldes. Y esa es una nostálgica, melancólica y poderosa razón para amar esta ciudad.

Carpe diem. Aprovechen el día muchachos, hagan de sus vidas algo extraordinario”

El Club de los poetas muertos 1989

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