El dedo en la llaga

Cada cierto tiempo ocurre: una nueva generación empuja para ocupar el sitio que le corresponde, cansada de esperar en el descansillo del presente. Mientras, las generaciones dominantes se resisten a dejar paso, se atrincheran, convencidas de que el instante presente es suyo, de que el asiento es de su propiedad, de que vinieron aquí para quedarse. Así ha ocurrido y así ocurrirá, con mayor o menor virulencia. Desde hace varias décadas escuchamos aquello de “la generación más preparada de la historia” para hacer referencia a aquellos que intentan abrirse paso en un embudo demasiado estrecho.

En el caso de las generación Z, hay una particularidad que la hace diferente, un hecho coyuntural que las dota de un poder supremo, aunque la resistencia de las generaciones X y Y es mayor que nunca. Han nacido, no en una transición de una época a otra, de la Galaxia Gutenberg a la Era digital. Han crecido en un entorno ya digitalizado, con dispositivos móviles en sus manos (el gran soporte que aúna la información, la música, el cine, la fotografía… ), con los soportes anteriores prácticamente muertos. Con naturalidad, pueden grabar pequeñas películas, cortos, piezas a veces sin significado, más allá que el de registrar el presente, un instante cualquiera. Y son capaces de hacerlo, editarlo, compartirlo y, prácticamente olvidarlo en apenas unos minutos. El cambio hace que el abismo intergeneracional sea ahora de dimensiones cósmicas.

En El dedo en la llaga, la sesión que mira al presente a los ojos, de tu a tu, estamos habituados a compilar cortometrajes sobre graves conflictos internacionales, sobre causas perdidas, sobre temas de hondo calado sociopolítico. Pero este año hemos querido dar un paso más allá y adentrarnos en las fronteras que separan a las generaciones digitales de las generaciones que manejan, por poco tiempo, los hilos del presente. Una mirada abierta sobre jóvenes de diferentes lugares, sobre aquellos que conviven con naturalidad con la tecnología, con sus contradicciones emocionales, éticas y de comunicación, registrada en muchos casos por ellos mismos, con más intención de captar el presente en crudo que de mirar con paternalismo, condescendencia o mojigatería a sus coetáneos.

En alguno de estos cortos hay más verdad e información que en algunos artículos de opinión o estudios sociológicos. También podemos ver que, más allá del entorno digital, los conflictos, dudas, problemas y obstáculos del paso de la infancia a la juventud y de la juventud a la madurez, son universales y, soportes al margen, no tan diferentes a los de cualquier otra generación. El cine vuelve a demostrar su capacidad para observar el presente… y para poner el dedo en la llaga.

Vía alcine.org

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