Gusanos de seda, ciudadanos Kane y láminas de a cien reales.

Cien razones para amarte II

Esta es la segunda entrega de la serie de artículos CIEN RAZONES PARA AMARTE sobre Alcalá de Henares con que nos deleita nuestro colaborador Antonio Lera sobre las cien razones que le han llevado a amar esta ciudad:

Las mejores historias muchas veces no están en los libros. Ni las oyes en una conferencia o en una clase magistral. Te las cuenta un anciano solitario y extravagante en la barra de una tasca, empujado por el hastío y unos chatos de vino que, en su justa medida, calientan el corazón, desatan la lengua y liberan el alma

¿Cuándo? En mi primer año de carrera, recién empezado el curso, seguramente por octubre o noviembre del 89.

¿Dónde? En las Cuadras de Rocinante, el mejor sitio de Alcalá para tomarse una frasca de vino y una oreja a la plancha, regentado entonces, y todavía, por Carlos, o el calvo madridista, como le llamaba con cariño y, a la vez, un poco de mala leche. Ya sólo le llamo madridista, porque, cosas del karma, yo, que por entonces presumía de una hermosa melena a lo Jon Bon Jovi (o más bien a lo Antonio Flores), ahora luzco unas entradas que me llegan a la espalda. No hay nada más triste que un “indio” sin pelo. Justicia divina.

¿Quién? Lo ignoro. Sólo recuerdo que llevaba traje y corbata, y que uno tras otro no dejaba de encender bisontes, tabaco negro para tipos duros. Porque por entonces, en los bares y restaurantes, se podía fumar. Si, es cierto, ahora es mucho más saludable, y no sales de los locales oliendo a mil demonios. Pero a veces echo de menos ese ambiente que provocaba la espesa neblina de los cigarrillos. Y es que, en ocasiones, el ambiente lo es todo.
Y rodeado de esa atmósfera de humo gris, a ese anciano de traje y corbata otrora de domingo y ahora, jubilado, de a diario, le empezaron a brillar los ojos porque había encontrado a unos jóvenes universitarios forasteros a los que contarles una historia:

¿Sabíais que si no fuera por el pueblo de Alcalá, que hace siglo y medio se unió para salvar la Universidad, ahora no tendrías donde estudiar?

Una historia de una ciudad en decadencia, de un pasado arrebatado y trasladado a otra ciudad más grande, más fuerte, más arrogante. De una Universidad clausurada y de unos edificios arruinados. En definitiva de una Historia, con mayúsculas, derrotada.
De gusanos de seda devorando los restos de un pasado glorioso, y de un símbolo en forma de fachada desmontado piedra a piedra para convertirse en emigrante por capricho de un millonario norteamericano.

Pero también una historia de rebelión, de lucha, de orgullo de un pueblo que se niega a que le arrebaten su alma. De gente que eligió salvar lo que amaba antes que comer carne esa semana. De un todos a una, de
una Sociedad de Condueños que salvó lo que ahora tenemos y que nos parece obvio tener.
Una historia de 900 láminas de a 100 reales, de 90.000 reales que sirvieron para comprarle al Conde de Quinto lo que él no amaba ni sentía como suyo: la manzana que contenía los principales edificios de la ciudad.

colegio mayor san ildefonso

Ahora sé que, como casi siempre que un anciano emocionado te habla de su tierra, estaba adornándolo un poco. Más bien exagerando. Que nunca hubo gusanos de seda y que lo de llevarse el Colegio de San Ildefonso a Estados Unidos fue sólo un rumor.
Un buen cuento siempre se tiene que aderezar de fantasía para emocionar al público.

Pero en este caso la realidad no deja de ser extraordinaria. Porque 900 vecinos se unieron para salvar el Patrimonio de su ciudad, la herencia de su pasado. Y gracias a ello Alcalá es hoy en día lo que es. Y jamás podrá agradecerles lo suficiente lo que hicieron por ella, por todos nosotros.

Como bien define Fran Serrato en El País, el primer crowdfunding español.

Y esta es mi segunda razón para amar, esta vez no a ti, Alcalá, Complutum o como quiera que te llames, sino a tu gente. La de entonces, la de ahora, y la de los mañanas que están por venir.

El pueblo, cuando quiere, todo lo puede

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