La monja del medievo que habló del orgasmo femenino: Hildegarda von Bingen

Mujeres Infinitas por Luci Nevado

En esta ocasión os presentamos a una mujer que fue una gigante en su tiempo que llegó a cultivar casi todas las artes. Os presentamos a Hidelgarda von Bingen abadesa alemana, destacada escritora, filósofa, científica y naturalista, médica, visionaria mística, compositora y linguïsta.

Hildegarda von Bingen nació en el pequeño municipio alemán de Bermersheim en 1098 y fue la décima hija de un matrimonio de la nobleza local. Sus padres Hildebert von Bermersheim y Mechtild decidieron consagrarla a Dios como “diezmo” y la recluyeron en el monasterio de San Disibodo bajo la tutela de una monja llamada Jutta que le enseñaría latín básico y teología. Hildegarda, fue una niña delicada y enfermiza, que desde los seis años aseguró ver cosas fuera de lo normal y que se prolongarían durante toda su vida llegando a expresar sus conocimientos en forma de visiones que contaba a su confesor. Si bien esto puede causar extrañeza en la actualidad, debe tenerse en cuenta que, tal y como señala Margaret Alic en “El legado de Hipatia”: “El afirmar que uno tenía visiones era cosa frecuente en el siglo XII, y siguió siendo un recurso literario durante siglos”.

El confesor de Hildegarda, Bernardo de Claraval, el monje con mayor influencia en la cristiandad occidental, fue a quien relató sus visiones y a quien informó del mandato divino de hacerlas públicas. Estas visiones se recogieron en escritos que fueron enviados al episcopado. Una vez estudiados y custodiados, el pontífice Eugenio III expuso el caso de Hildegarda y decidió enviar al obispo de Verdún y al de Trier al monasterio para recabar más información. En la valoración del caso, Bernardo dio su apoyo a la monja pidiendo a Eugenio III que no permitiese “que tan insigne luz fuera apagada” y como resultado, el pontífice, la animó a “expresar lo que conociera por el Espíritu Santo”

Esto hizo que la abadesa se situara en una posición de prestigio y este hecho llevó al aumento del grupo monacal femenino. Hay que señalar que, en el contexto general del monacato benedictino, en esa época, se estaba produciendo la independencia de las comunidades femeninas de la tutela de los monjes en el orden disciplinario y también en el económico. Fenómeno por el que muchos religiosos no mostraban ninguna complacencia (cosa que no nos sorprende) y al que, en algunos casos, como en el de Hildegarda, se manifestaban contrarios. Ante la negativa a su misión, la abadesa cayó enferma, así como algunos de los que se habían opuesto al traslado. Finalmente, gracias a la ayuda del arzobispo de Maguncia, ante el que intercedió la marquesa Von Stade, el abad le concedió el permiso. En el consiguiente reparto de bienes, Hildegarda se mostró generosa dando a los monjes más de lo que les correspondía. Por fin se había emancipado de la tutela directa de la autoridad abacial masculina sin someterse, tampoco, a ningún protector laico.

Pero esta separación le costó muchas críticas, incluso algunos la atribuían a su ambición y otros dudaban de la legitimidad de tales dotes de visión por parte de una mujer a la que creían inculta y necia. Por otro lado, los familiares de algunas monjas no vieron con buenos ojos que parte de sus bienes fuesen destinados a engrosar un cenobio dirigido por una abadesa dispuesta a ejercer su autoridad sin restricciones de varón alguno. Richardis, la monja a quien Hildegarda tenía mayor estima, fue una de las que la abandonaron para presidir el monasterio de Bassum. Su madre era la marquesa que había apoyado el traslado a San Rupert, pero su hermano el arzobispo de Bremen, disconforme, tomó cartas en el asunto para apartar a su hermana de la abadesa independiente. Richardis fue la única monja de la que tenemos constancia que compartiese las visiones de Hildegarda y era la elegida por esta para sucederla. Pero se alejó de ella, muriendo al poco tiempo de ocupar su nuevo puesto. En su desesperación, Hildegarda llegó a considerar la muerte de Richardis como un castigo a las ansias de su discípula por convertirse en abadesa de un monasterio importante.

Una vez en San Rupert, Hildegarda se hallaba inmersa en una sociedad aristocrática que se defendía hasta el punto de rechazar el ingreso al monasterio a mujeres que no fuesen de origen noble y que careciesen de riqueza. Justificaba tal proceder ante quienes le acusaban de obrar en contra de las escrituras, aduciendo a la necesidad de un orden social. Creía que cada hombre tenía asignado un lugar y un rango en la sociedad y que Dios cuidaba de que el orden menor no ascendiese por encima del orden superior. En ese sentido tenía una concepción de absoluta rigidez.

Hildegarda prosiguió con sus estudios, descubrimientos, y con la redacción de sus obras y elaboró composiciones musicales. Como lingüista, creó la lengua Ignota, descrita en el siglo XII y que empleaba con fines místicos (creó un alfabeto de 23 letras, las litterae ignotae). En cuanto a sus obras se refiere, dictó un total de doce libros. Sus obras teológicas de mayor importancia y transcendencia fueron Scivias y Liber Divinorum Operum

A través de sus textos, la abadesa realizó interesantes aportaciones a la ciencia. Intuyó la circulación de la sangre siglos antes de que pudiese comprobarse y realizó la descripción más detallada del orgasmo femenino que se había hecho hasta la fecha. En realidad, todas sus explicaciones médicas sobre el sexo llaman la atención por su realismo. Fue la primera persona que publicó que el placer sexual es cosa de dos. A pesar de ser monja y virgen desgarró la censura y la opresión sexual a la que estaban sometidas las de su género. Sí, las mujeres también sienten y disfrutan, afirmó, sellando así los labios de la ignorancia que imperaba en aquel oscurantismo. Sin duda una afirmación muy valiente que nos da una idea de que Hildegarda lo era, así como también, una mujer muy avanzada a su época.

Es muy destacable que una mujer sin instrucción formal llegase a aceptar que, con independencia del impulso creador, los misterios del cosmos podían explicarse a través de la observación y el razonamiento. Una de sus célebres afirmaciones fue: “El estado natural del ser humano es la salud, como del Universo es la amonía”.

Resulta interesante saber que, a pesar de creer en un origen divino, no pensaba que la creación fuese resultado de una intervención sobrenatural sino de la presencia de los cuatro elementos primordiales que dividió en dos clases, las superiores o celestiales (fuego y aire) y las inferiores o terrenales (agua y barro). Según Hildegarda, ambas clases estaban relacionadas como lo estaban el macrocosmos y el microcosmos. Por ello Hildegarda intentó armonizar la física con la anatomía y la fisiología.

De su obra musical, iniciada en la década de los años 1150, se conservan más de 70 piezas recopiladas en la Symphonia armoniae celestium revelationum (Sinfonía de la Armonía de Revelaciones Divinas), y un auto sacramental cantado, titulado Ordo virtutum.

Mostró grandes conocimientos de botánica, medicina y fisiología humana. Como descubrimientos interesantes y entre otros muchos, Bingen comprendió pronto la relación entre las enfermedades que provocaba en la población beber agua insalubre o almacenada en malas condiciones, y comenzó a estudiar el uso del lúpulo en el proceso de elaboración de la cerveza. Esta planta considerada entonces como “mala hierba” pero que hoy conocemos tan bien, posee propiedades bactericidas y su uso, conseguía mantener en buen estado la cerveza y evitar muertes por consumo de agua insalubre, además, otorgaba a la bebida su actual característico aroma y sabor.

Hildegarda llegó a convertirse en toda una autoridad, podía permitirse implantar sus propias reglas porque se había convertido es una de las personas más influyentes de la cristiandad y en una de las personas con mayor influencia moral, social y política, siendo muy apreciada entre papas, hombres de estado, emperadores y otras figuras notables. Fue la única mujer a quien la Iglesia permitió predicar al clero y al pueblo en iglesias y abadías. Les hablaba de la corrupción de los canónigos y del avance de la herejía de los cátaros culpando de esta última a la falta de piedad del clero y del pueblo en general.

La abadesa fue un fenómeno irrepetible, de los casi inexistentes que no terminaron en la hoguera. Esta gran visionaria del protofeminismo fue además de todo lo anterior, un gran ser humano que antepuso la justicia frente a su propia vida.

Santa Hildegarda de Bingen nos dejó un valioso legado en las artes y las ciencias y un gran testimonio de inteligencia, fortaleza, astucia y como hemos comentando antes, de valentía. Murió el 17 de septiembre de 1179 y fue sepultada en la iglesia del convento de Rupertsberg del que fue Abadesa hasta su muerte. Sus reliquias, que actualmente se encuentran en Eibingen, permanecieron en Rupertsberg hasta que el convento fue destruido por los suecos en 1632. Su recuerdo y sus aportaciones se olvidaron durante siglos, hasta que la humanidad volvió a necesitarlas en la II Guerra Mundial. Santa Hildegarda von Bingen fue rescatada del olvido para manifestarse como una de las mujeres más poderosas e influyentes del medioevo.

Fue una de esas mujeres que inciden en su tiempo y lo trascienden de una manera tan brutal que no pueden ser ignoradas ni empequeñecidas fácilmente.

Las Galletas de Hildegarda

Si os habéis quedado con ganas de más, aquí os dejamos una deliciosa Receta de Galletas de Hildegarda, que os animamos a degustar y que las catalogó como: Galletas de la Alegría y la Inteligencia.

La persona pulverice nuez moscada y el mismo peso de canela y algo menos de clavo. Prepare tortitas con ese polvo, flor de harina de espelta y un poco de agua y cómalas a menudo y le ahogarán toda la amargura del corazón y de su espíritu y le abrirán sus embotados sentidos, le alegrarán el espíritu y le disminuirán todos sus humores nocivos.”

Ingredientes: 2g de nuez moscada molida en polvo, 22g de canela molida en polvo, 5g de clavo molido en polvo, 750g de harina de espelta, 200gr de azúcar de caña, 200g de mantequilla (se puede sustituir por 200g de aceite de coco), 200g de almendras molidas, 1 pica de sal, 2 yemas de huevo.

Preparación: Se mezclan primero las especias con la harina en seco y luego se derrite la mantequilla, sin calentarla demasiado, y se mezcla con el azúcar y los huevos. Se mezcla todo y se amasa añadiendo un poco de agua (la que admita), para que la masa ya no se pegue a las manos. Se extiende con el rodillo muy fina (3 mm), y se hacen galletitas con un molde. Con estos ingredientes salen unas 130-140 galletas. Se colocan en el horno se hornean a 180º unos 10-15 minutos hasta que se doren.

Otras notas de interés:

La música de Hildegarda: https://www.youtube.com/watch?v=-McX9GfVyho

El orgasmo femenino explicado por una monja medieval:

Esperamos que hayáis disfrutado con esta breve introducción a la obra de Hildegarda, una mujer polifacética, fascinante e infinita.


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